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Por Néstor Ramírez Vega
@NestorRV
Las salas de cine son espacios experimentales en donde no sabemos lo que nos producirá una película. La fotografía, la música, la historia o los símbolos hacen que los sentimientos cambien en minutos. En Sightseers (Turistas), de Ben Wheatley, el espectador puede conocer los sacrificios del amor y la locura.
Tina es una mujer joven que vive con su madre y tiene una relación con Chris. La pareja inicia un viaje por destinos turísticos del Reino Unido, pero en esas vacaciones pasarán de un reposo a una serie de asesinatos y hurtos que modificarán la personalidad e intereses de cada personaje.
Cada elemento de la cinta es exquisito: un soundtrack donde cada canción aborda un momento específico de la película, una historia con un humor macabro y donde a cada instante hay indicios de lo que será el desarrollo de la película, así como un perfil psicológico que vuelve dinámicos a los personajes.
Un hilo rojo que corre por un mapa es como inicia la película. Como las parcas juegan con la vida de los seres humanos, así la madre de Tina da indicio del camino de muertes que creará su hija con su pareja. La acusación de asesina está desde un inicio, aunque no sabemos por qué. Con esa palabra el director juega con dos tiempos, tanto el pasado como el porvenir.
Las escenas de violencia dan risa, sorprenden y dejan sin palabras a los espectadores. Aunque siempre intentan justificar un asesinato, ya sea porque un señor aventó basura a la calle o buscan “defender” su amor, el nivel de agresividad va en aumento y la formalidad del inicio se convierte en un salvajismo.
La crítica de Turistas a las características de sociedad inglesa es tan suave que se vuelve perceptible hasta el momento en que los personajes pierden toda formalidad y se dejan llevar por instintos primitivos. Esos cambios vuelven la película una sinfonía, con momentos tranquilos, alegres y violentos que terminan en una calma estremecedora.
