La incomprensión del otro no solo por la barrera lingüística, sino por el miedo a una agresividad que está dormida en lo desconocido y el terror que se esconde en el salvajismo y la violencia perenne del ser humano.
Una cruda manera de dejar la infancia por la madurez es lo que el escritor japonés Kenzaburō Ōe nos narra en La presa (1957), una historia donde la parsimonia de una comunidad se ve alterada con la aparición de un “soldado” norteamericano que quedará al resguardo de unos niños.
La presa cuenta la historia de un niño, su hermano menor y su amigo llamado “Morro de liebre”, quienes viven en una isla que ha sido azotada por las lluvias que han destruido las vías de comunicación con la ciudad. Un milagro sucede en el cielo: un avión vuela sobre el poblado, y los niños quedan maravillados; sin embargo, esa misma aeronave chocará más tarde y el único sobreviviente será un negro que los habitantes capturarán y tratarán como una bestia.
Contrario a sus padres, los niños del pueblo ven al hombre como una figura divina e incluso le ofrecen un “sacrificio” de una cabra a quien el presunto soldado montará para satisfacer sus necesidades. El negro se volverá el amigo del protagonista que llamaremos “Yo”, pero cuando un representante del gobierno llamado “Chupatintas” llega a ordenar la extradición, la relación entre la presa y el pequeño tomará un giro terrorífico.
La violencia está latente en la novela desde el inicio. No aparece de forma explícita el acto de agresividad, pero sí se da entender a partir de las veces en que se hace referencia a la caza en la localidad y el lugar que ocupa la escopeta en la casa de los niños y la forma en que ésta es limpiada por su padre.
El Nobel de Literatura 1994 nos lleva en este relato a través del miedo de la humanidad y su constante preparación para la guerra. Por un lado está el mundo de los adultos, inmersos en la supervivencia dejando de lado a los niños; por el otro están los pequeños, quienes invierten su tiempo en la diversión y las travesuras. En este último grupo están los protagonistas, aunque “Yo” tendrá que dejar todos los juegos infantiles cuando se vuelva presa de la presa y quede en la soledad.
Desde la primera obra de Kenzaburō se ve la forma en que la literatura de Occidente ha penetrado en el imaginario nipón así como los estragos de la Segunda Guerra Mundial, la cual marcó la historia política y artística y el dolor en Japón.
Es ese mismo dolor el que siente el protagonista de La Presa al final del libro. Un dolor lleno de incertidumbre por el devenir, en la falta de confianza en su comunidad, en el gobierno y en su padre. En su mundo lo único que queda es cuidar de su hermano menor, un chico que sigue disfrutando de un mundo virgen que se precipita al abismo. La guerra termina en el aislado poblado donde el olor de los muertos penetra la nariz de los jóvenes y los vuelve indiferentes, ¿cuánto durará la paz?
Por: Humberto de la Vega
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