Apichatpong Weerasethakul pertenece a esa estirpe de indomables cineastas que entienden y utilizan el cine como una forma personal de expresión artística. Para ello necesitan hacer uso de la libertad absoluta de pensamiento y de acción. No cuestionan ni desprecian otro tipo de cine, todo lo contrario, lo consideran necesario: pero ellos están en otra órbita.
Sólo tardó 10 años en levantar la Palma de Oro en el Festival de Cannes (2010), con la maravillosa Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. Apichatpong Weerasethakul es reconocido por parte de la crítica especializada, como uno de los directores más vanguardista del panorama cinematográfico mundial.
Cementerio de Esplendor es un perfecto ejemplo de la poliédrica naturaleza argumental con la que el director tailandés diseña sus estructuras narrativas. El enigmático mundo espiritual: un universo habitado por fantasmas que se sientan a la mesa de los humanos y hablan de lo humano y de lo divino. Apichatpong bebe de las fuentes de la tradición popular tailandesa y del misticismo animista, y lo hace sin un ápice de dogmatismo: huye de las pretensiones discursivas y moralizantes.
Tal vez su cine sea un debate intelectual interno entre la atávica herencia religiosa recibida (que aún sigue impregnando la sociedad asiática actual), y las nuevas formas del pensamiento filosófico contemporáneo. El director respeta las tradiciones de ese universo espiritual y las humaniza: trata con la misma condescendencia a los hombres que a los dioses.
Durante una la presentación de esta cinta en Europa, Weerasethakul hizo tímidamente una sugerencia a aquellos espectadores que se acercaban por primera vez a su cine; “Les recomiendo que se dejen llevar, olvídense de las reglas del cine comercial, imaginen que asisten por primera vez a una proyección cinematográfica. No me molestaría que incluso se durmieran, en serio, tal vez un estado alternado de somnolencia y vigilia sea la forma más natural de ver la película: asociar los sueños con la realidad resultaría una experiencia fantástica”.
Cementerio… sumerge al espectador en una sugerente historia donde un misterioso estado de narcolepsia afecta gravemente a un grupo de soldados. Recluidos en un humilde hospital de Khon Kaen, noroeste de Tailandia, los jóvenes durmientes permanecen conectados a unas máquinas iluminadas con unas cambiantes luces fosforescentes, con las que intentan los médicos procurarles sueños reparadores.
Jenjira es una voluntaria que acude diariamente para asistir a Itt, un joven soldado que nunca ha recibido la visita de algún miembro de su familia. Jenjira entabla una relación de amistad con Keng, una médium que ayuda a las familias a ponerse en contacto con los enfermos. Por medio de sus poderes psíquicos consigue que el joven soldado y la voluntaria establezcan un vínculo espiritual y afectivo: el soldado “despierta” ocasionalmente de su letargo y sale de paseo con Jenjira.
Un día, la mujer encuentra entre las pertenencias de Itt, un diario lleno de mensajes crípticos y extraños dibujos. ¿Y si aquel cuaderno contuviera algún tipo de explicación sobre la enigmática enfermedad de los soldados?.
En el santuario de las dos diosas hermanas, originarias de Laos, Jenjira reza unas plegarias por Itt, dejando seguidamente unas ofrendas frente al altar. Terminadas sus imploraciones, la mujer busca la tranquilidad de un parque cercano. Allí se encuentra con dos jóvenes mujeres con las que comparte generosamente su bolsa de fruta.
En realidad se trata de las dos diosas a las que ella rezó. Tras una conversación sencilla y tranquila, las diosas le revelan la causa de la enfermedad de los soldados: el hospital en el que se encuentran ingresados ha sido construido sobre un antiguo cementerio de reyes que lucharon por la supremacía de la ciudad de Khon Kaen. Los espíritus de los muertos están absorbiendo la energía de los soldados.
Por: Carlos Espina
Fotos: Cortesía
En cines seleccionados: Cineteca Nacional, Cinépolis Diana, Cinemex Altavista, Cine Tonalá, Casa del Cine y Cinemanía Loreto.