Advierten los versos populares de Antonio Machado “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. El Parque San Martín carece de caminos convencionales. Hace girar y dar vueltas por sus senderos elípticos cual laberinto. Conecta su vida verde con la armonía de sus visitantes.
Dan vuelta las ruedas de las bicicletas que circulan. Los perros y sus dueños corren su explanada, las mascotas pelean la pelota que rebota en cada espacio del lugar que retumba voces y sonidos de unas percusiones.
La victoria de México frente a España. En sus jardines interactuan diferentes pensamientos y sentimientos. Así está el seductor blues de Steffie Belt, la inspiración multicultural méxico-italiana de Romina Guardino, la pasión y frescura propuesta de Redlips, el eléctrico sonido de Paravolt y la guitarra acústica y bohemia de Efrain Salgado.
Su presentación acústica acerca a quienes rondan la explanada, curiosos por las diferentes melodías. Sin esperar es como cada músico y grupo deja una huella en cada uno de los presentes, desde el: “No aguanto esta ansiedad, quiero buscar un poco de serenidad. Quiero hablarte, pero me dejo llevar. Hay algo que me impulsa y no es obsesión tal vez será amor, pero si no vas a volver dime que no te quiero ver” de Redlips hasta “Quel mare che tanto he sognato di poni mancato” de Guardino.
Fotografías: Néstor Ramírez
La música corre por los elípticos senderos iluminados por la luz que penetra por las hojas de los árboles. Los sonidos están en todas partes: las aves, los músicos independientes, aquellos que ponen sus fundas en espera de la caída de una moneda; los perros que corren junto a los niños. La utopía que se hace realidad.
Sin importar las diferencias culturales, el Parque México une personas al extraer de ellas lo que las hace humanos; un lenguaje universal a través del arte que se respira tanto en su arquitectura como en sus personas; en las disciplinas y las distracciones.
El Parque México permanece en el corazón de la Hipódromo Condesa. Punto de encuentro de personas, sueños y sonidos.
Por: Néstor Ramírez Vega