Néstor Ramírez Vega
@NestorRV
No era lluvia, eran lágrimas del cielo por los normalistas desaparecidos hace un año. Era imposible contar la cantidad de gente que corre por Paseo de la Reforma en dirección al Zócalo capitalino. Una hora después de iniciada la marcha, el contingente principal llegaba a la glorieta del Ángel de la Independencia, aunque grupos aún salían del Auditorio Nacional.
Más que la consigna de exigir la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto, el grito unánime era la aplicación de la justicia en el caso Ayotzinapa, así como la presentación con vida de los estudiantes, pues la “verdad histórica” fue derrumbada por los expertos internacionales, aseguraban asistentes y los familiares de los jóvenes desaparecidos la noche del 26 de septiembre de 2014.
Humedad, sudor, cigarro, porro de marihuana; música, consignas; niños, jóvenes y adultos mayores, todos en un mismo lugar, una misma lucha, pues los familiares, conscientes de que sus hijos no eran los únicos desaparecidos en el país, aseguraron en el mitin realizado en la plancha del Zócalo que lucharían por aquellos que no han tenido las herramientas o no han podido luchar por sus familiares desaparecidos, cifra que asciende a más de 20 mil personas.
Una lucha de don Emiliano Navarrete, de Vidulfo Rosales, de Clemente Rodríguez Moreno; una batalla de los cientos de miles de manifestantes que acompañaron a las familias de los 43 jóvenes guerrerenses desaparecidos. La unión fue la bandera de grupos religiosos, yoguis, universitarios y niños que con globos y pancartas coloridas manifestaban su apoyo.
Cuando los escépticos pensaron que los familiares de los normalistas desaparecidos estaban solos, un sempiterno río de gente fluyó por Paseo de la Reforma, Juárez, 5 de mayo y el Zócalo. Jóvenes encapuchados ocasionaron pintas en edificios, paradas de autobús y esculturas, aun desmanes contra negocios, mas la paz imperó la situación.
La gente hizo arder el pavimento de la ciudad de México, pero sobre todo el corazón de la patria que es, que debiera ser; regaron los cuerpos que quisieron enterrar sin saber que eran semilla.